Suena Layla a todo volumen en el bar

Suena “Layla” a todo volumen.

Suena Layla a todo volumen. Pedimos dos cervezas.

-¿Conoces la historia de esta canción? La compuso Eric Clapton para Pattie Boyd – me dice Jaime -. Estaba enamorado de ella, pero era la mujer de George Harrison...

Apenas le presto atención. Estoy preocupado por Laura, hace media hora que debería haber llegado y no suele retrasarse.

-... el problema es que Harrison era el mejor amigo de Clapton...

Se abre la puerta. Un silbido y un tintineo de tacones. Me levanto, pero no, no es Laura.

-... es una de esas cosas que pasan de vez en cuando... – continúa.

El mejor riff de guitarra jamás inventado vibra con rabia en los azulejos del bar, se cuela en el serrín del suelo, y entre las servilletas arrugadas de la barra, y en las mesas que cojean, y en mí. “What’ll you do when you get lonely and nobody’s waiting by your side? You’ve been running and hiding much too long” gime Clapton.

Compruebo el móvil. Me giro y echo un vistazo por la ventana.

Laura no aparece y empiezo a pensar que hoy no va a venir ¿Qué le sucede? Está cada vez más distante y no logro descifrar el motivo.

 

La canción entra en la parte del piano. 

-... el caso es que Pattie Boyd acabó dejando a Harrison y se casó con Clapton...

Miro a Jaime. 

-¿Qué? 

Tiene la cabeza replegada contra el pecho, como si quisiera protegerse de un viento propio que le soplara en el rostro. Tamborilea con los dedos sobre su rodilla izquierda. Se balancea en el taburete. Adelante y atrás. Adelante y atrás. Adelante y atrás.

-Ya sabes que tú... para mí eres como un hermano – farfulla entre carraspeos -, y bueno... Laura... Laura me ha pedido que sea yo quien hable contigo.

En su boca el nombre de Laura suena distinto, es una ciudad deshabitada y misteriosa, un territorio cubierto de espinas al que me da miedo asomarme. “Layla” adquiere de pronto la textura del oxígeno y me refugio en ella, su melodía rebasa el tiempo y el espacio, nos mece, nos acaricia las entrañas. Termino de un trago mi cerveza. La canción entra en la parte del piano. 

-Pero, ¿se puede saber de qué estás hablando? – le digo al fin.

Jaime aprieta extrañamente los labios. Tengo la sensación repentina de que busca la sílaba inicial de alguna palabra que no existe. El silencio entre los dos es una cortina frágil que se dispersa bajo las voces y las risas que brotan en todos los rincones del local. Le estrecho los hombros entre mis manos y él levanta los ojos.

-Jaime, por favor, dime qué está pasando.

-Ricardo – dice -, hay algo que tengo que contarte.

La canción se termina. El camarero se acerca y nos pregunta que si queremos algo más. Yo miro hacia la puerta, hacia la ventana, hacia la puerta. Miro a Jaime, y pido otra cerveza.

Autor: Raúl Clavero Blázquez

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