Era un día lluvioso de verano.
Y la lluvia me pilló de pleno, en pleno paseo. Cerca había un bar que, con su aspecto acogedor, parecía un lugar perfecto para secarme. Estaba en la gloria, sentada sola al fondo del bar leyendo un libro y tomando un café. No oía a nada, no veía a nadie alrededor. Totalmente enfocada en mi libro sentí, de repente, que no podía cambiar de página. Salí de mi nube y vi una mano fuerte sobre la página. “¿Qué es esto?” Levanté la cara y vi a un chico moreno con los ojos azules claros y una sonrisa que no podría describir.. “¿Qué quiere?” Me cogió la mano y,sin ninguna explicación, se puso a cantar y me llevo a bailar.
Estaba loco, completamente loco.
Ya no sabía cómo largarme. A la vez me sentía libre y despreocupada. Y por otro lado mi razón me decía “no lo conoces, vete de aquí”. Me hacia reír y sus ojos azules me pusieron atontada. Intentó de besarme. Y, sin saber como, me encontré devolviendo el beso. Mientras, algo en mi interior me decía sin cesar: “no conozco ni su nombre, ¿qué estoy haciendo? Estoy perdiendo la cabeza.” Algunas horas después, nos sentábamos para charlar un poco “¡por fin!” y pidió un zumo de kiwi al camarero. “¿Kiwi? Qué raro es este chico.” No paramos de reír en toda la tarde y, al atardecer, le pregunté como se llamaba. Pero, en este momento, su movil comenzó a sonar y él descolgó. No oía lo que pasaba, pero algo no parecía ir bien. Mi nuevo amigo estaba poniendo una cara tensa, nerviosa. De golpe se fue. Al salir me hizo una señal con la mano y en sus ojos vi tristeza.
“¿Algún día lo encontraré de nuevo?”
Durante muchos meses después me iba cada semana con mis amigos al mismo bar para tomarnos copas. Cada semana, al entrar, buscaba esos ojos azules entre la gente. Cada semana imaginaba qué había podido pasar. Hoy también es un día lluvioso de verano. Tomando un café, sentada sola al fondo del bar, oigo: “¡Un zumo de kiwi por favor!”
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